La carencia de sentimientos pro-europeístas de los tories en general y de David Cameron en particular nunca fue un secreto. Incluso el ilustre sir Winston Churchill, en su discurso favorable a la creación de los Estados Unidos de Europa, acabada la Segunda Guerra Mundial, marcaba una prudente distancia respecto al viejo continente. Estamos con vosotros pero sin vosotros, dijo entonces a los ciudadanos continentales. Si el Reino Unido se integró en la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1973 fue para proteger su potente economía tras el fracaso de la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), que el país isleño había intentado impulsar con anterioridad.
Para los conservadores británicos, la Unión Europea no constituye nada más -pero tampoco nada menos- que el principal destino de sus exportaciones y su principal aliado en la diplomacia internacional. Partidario de una Europa gris, el referéndum entre blanco y negro que plantea Cameron roza lo esperpéntico, porque ni la ruptura total con la Unión ni el mantenimiento del actual status-quo son opciones que agraden al Primer Ministro.
En el caso de que el pueblo británico escogiera la permanencia en la UE (Bremain), David Cameron, en un ejercicio de coherencia, debería reducir sus exigencias a la Comisión Europea y aceptar los acuerdos comunes en cuanto a la libertad de circulación de ciudadanos comunitarios y a las aportaciones a los fondos de desarrollo social. Motivos por los que su partido se escindió del grupo democristiano del Parlamento Europeo hace siete años, y que han llevado al Primer Ministro británico a mantener más de una acalorada discusión con otros líderes continentales como Jean-Claude Juncker, Martin Schulz o Angela Merkel.
Por el contrario, si la ciudadanía optara por la ruptura con la UE (Brexit), además de los desajustes socioeconómicos a ambos lados del Canal de la Mancha, el Reino Unido correría de nuevo el riesgo de desintegrarse. No olvidemos que una de las principales causas de la victoria del “No” en el referéndum independentista escocés fue la amenaza de abandonar la UE. Con un notable número de escaños en Westminster, el Partido Nacionalista Escocés (SNP) podría intentar convocar un segundo referéndum si el Brexit se llevara a la práctica.
La cuestión ya ha divido a los conservadores británicos; el propio Cameron aún no se ha posicionado. Sí que lo ha hecho Jeremy Corbyn, nuevo líder del Partido Laborista , que hará campaña por la permanencia en la Unión, a la cual se sumarán liberales y ecologistas. De entre los principales partidos británicos, solo el eurófobo y ultranacionalista Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) portará con orgullo la bandera rupturista. Desde luego, no es el socio idóneo para mantener la buena imagen exterior de un partido con tanta solera y tradición como el Conservador.
A día de hoy, la consecuente pregunta es, ¿hasta qué punto era necesario este referéndum? ¿No hubiera sido mejor optar exclusivamente por la via de la negociación para resolver las diferencias institucionales con Europa? Puede que David Cameron también se lo haya planteado. El no menos tozudo e igualmente conservador (pero dotado de mayor carisma y visión de futuro) Charles de Gaulle vetó la entrada del Reino Unido en la CEE hasta en dos ocasiones, en 1963 y 1967. Afirmaba que los británicos se convertirían a la larga en una amenaza para su amada Francia y el resto de países continentales. Esperemos que el tiempo no le acabe dando la razón.
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