Europa, ¿hacia una Federación? (II): nuestros tiempos críticos

, de Óliver Soto

Europa, ¿hacia una Federación? (II): nuestros tiempos críticos

La crisis económica ha puesto en tela de juicio la construcción europea. Ante los desequilibrios actuales solo se presentan dos caminos: o el regreso al Estado-nación o avanzar hacia una verdadera integración federal.

“No niego que los Estados Unidos de Europa son una de las fantasías más módicas que existen, y no me hago solidario de lo que otros han pensado bajo estos signos verbales. Mas, por otra parte, es sumamente improbable que una sociedad, una colectividad tan madura como la que ya forman los pueblos europeos, no ande cerca de crearse su artefacto estatal mediante el cual formalice el ejercicio del poder público europeo ya existente. No es, pues, debilidad ante las solicitaciones de la fantasía ni propensión a un “idealismo” que detesto, y contra el cual he combatido toda mi vida, lo que me lleva a pensar así. Ha sido el realismo histórico el que me ha enseñado a ver que la unidad de Europa como sociedad no es un “ideal”, sino un hecho y de muy vieja cotidianidad. Ahora bien: una vez que se ha visto esto, la probabilidad de un Estado general europeo se impone necesariamente. La ocasión que lleve súbitamente a término el proceso puede ser cualquiera: por ejemplo, la coleta de un chino que asome por los Urales o bien una sacudida del gran magma islámico.” (José Ortega y Gasset)

Comúnmente, una crisis es considerada como el momento en que la economía o la política comienzan a declinar. Sin embargo, los momentos críticos son aquellos en los que el futuro está en juego, el punto de inflexión en el que cambia la tendencia. Esta vez no fue, como sugiere Ortega, una amenaza militar china o un levantamiento islámico. Esta vez se trataba de una crisis económica, producto de los fallos en nuestros sistemas de vigilancia, de nuestra falta de control democrático. La crisis nos ha hecho conscientes de las debilidades de la construcción europea. Considerando que la crisis puede ser el principio del fin, este caso particular también puede ser el comienzo de un futuro nuevo y prometedor. Es ahora que Europa afronta sus tiempos críticos, en los que debe por fin invertir las tendencias. Y esto pasa por un replanteamiento del proyecto político y una asunción de que más Europa o una Unión Política no puede significar en este contexto otra cosa que una Federación, hacia la que hay que poner urgentemente los medios necesarios si no queremos perder el pulso de los tiempos.

La escasez de recursos saca lo peor de la gente. En las últimas elecciones finlandesas el papel en la Unión Europea se ha cuestionado más que nunca. En las elecciones alemanas el debate por la cancillería incluyó un amplio contenido sobre Europa y no son pocas las voces que presionan, desde el amarillismo mediático, por una solución alemana a la crisis. En Reino Unido la maniobra de Cameron corre el riesgo de estallarle en las narices. El populismo euroescéptico, hasta la fecha, se ha aprovechado de la situación con el rescate de algunas economías del Sur para inflar ánimos para desintegrar la Unión sin pararse a pensar si quiera en los efectos que esto puede tener. A primera vista, su discurso parece convincente: “si no pagan y no son competitivos, ¿por qué debemos sacar de apuros a los países que pagan menos impuestos?”

El problema de Europa viene por tratar de resolver temas complejos de forma independiente el uno del otro sin que podamos ver la imagen completa, que es la que siempre hemos intentado detallar desde el federalismo europeo. Es esa gran imagen de la que hemos carecido. Así, los rescates han pasado más como medidas de caridad que como una política europea. Es cierto que el rescate es una transferencia directa de renta de unos países a otros, pero también es cierto que el dinero no se da de forma gratuita, sino con un rendimiento esperado. De hecho, una gran parte del dinero se destinó a permitir a los países intervenidos a pagar su deuda, que, curiosamente, es en su mayoría realizada frente a acreedores de los países que pagan. No es de extrañar que el rescate haya sido vendido como un mecanismo de solidaridad cuando, en muchos casos ha servido a algunos países europeos para asegurarse de que sus propios sistemas financieros permanecieran estables. Una estructura federal nos hubiera ahorrado muchos quebraderos de cabeza al respecto. La experiencia nos dice que las recetas de éxito de algunos países pueden tener efectos desastrosos en los demás. Algunas intervenciones del FMI no dieron respuestas válidas a causa de una total falta de comprensión acerca de cómo funcionan las economías del Sur. El extremo ha sido el propio reconocimiento del FMI de su “fallo de cálculos”.

Las políticas fiscales deben ser manejadas por aquellos que conocen mejor el país y no es raro que en algunos contextos menos impuestos signifiquen más ingresos para el sector público (por ejemplo, para disminuir la economía del mercado negro). En todo este proceso, ha faltado una claridad en la toma de decisiones pues a Europa le falta estructura. Es esta carencia de estructura la que es el caldo de cultivo perfecto para el euroescepticismo creciente. Asimismo es motivo de zozobra para los ciudadanos, que sienten que su voto cuenta menos a nivel nacional pero no se les ofrece mayores herramientas para decantar las políticas a nivel de la Unión.

Por otro lado, la integración económica ha crecido de tal manera que, por ejemplo, más del cincuenta por ciento del comercio de Finlandia o Alemania se encuentra dentro de Europa y esto es cierto para la mayor parte de los países exportadores europeos. Las respuestas a la crisis en el sur tendrán un impacto en el norte, pero sólo es cuestión de tiempo que esto se vea, tarde quizá si no se ataja. En este contexto los especuladores buscan incrementar su margen de beneficios a corto en un contexto que puede dar lugar a malas decisiones a largo plazo para la economía. Los políticos también están trabajando a corto plazo a nivel nacional pero con repercusiones transnacionales de largo recorrido. Frente a este funcionamiento a corto de los agentes económicos y políticos, las potencias emergentes están sobrepasando a los europeos por mantener una planificación, por tener claro su futuro. A pesar de las palabras grandilocuentes con soluciones comunes, se sigue diciendo lo contrario en Bruselas y en las capitales de los países miembros por razones electorales. No creo necesario buscar un culpable aquí, pero el encadenamiento de decisiones a corto plazo está creando un caldo de cultivo antieuropeo con repercusiones a medio plazo importantes que pueden hacer languidecer el proyecto europeo por décadas. En este momento la política es nacional, pero los mercados y los medios de comunicación son globales. La Unión Europea ha sido el proyecto necesario para dar respuesta a estos desafíos globales, pero los europeos nos damos cuenta a trompicones. Ha llegado el momento en que no puede haber más cambios graduales, sino que Europa debe afrontar cuál es este futuro que quiere. Frente al proyecto federal, ¿cuáles son las opciones? Ciertamente, hasta ahora, salvo la vuelta a los Estados nación, no se ha postulado ninguna…

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