Juventud, fiesta y coronavirus: cómo la respuesta de Reino Unido falló a los jóvenes

, de traducido por Marieta Santiago Parra, Martin Penov

Juventud, fiesta y coronavirus: cómo la respuesta de Reino Unido falló a los jóvenes
Ben McGowan, University of Manchester Student, 2020

No es ningún secreto que la fiesta es el pasatiempo favorito de muchas personas, incluso en medio de una crisis. A medida que la pandemia continúa y los países entran en confinamientos que duran meses, muchos jóvenes han luchado para hacer frente al confinamiento. El resultado, tal vez no sea sorprendente, ha sido que las grandes reuniones y fiestas han continuado a pesar de las restricciones y lo que antes era una escena relativamente exclusiva, ahora se ha convertido casi en la nueva norma. Mientras los estudiantes se dirigen a los campus, las tensiones han aumentado tras los enfrentamientos con la policía local y las universidades, que han tratado de poner fin a las reuniones ilegales. Esto, por supuesto, ha tomado diferentes formas en toda Europa, pero es evidente en países como el Reino Unido. Tradicionalmente alabadas por el nivel de educación que imparten, las universidades británicas se han enfrentado a duras críticas y a la resistencia de su alumnado tras la controvertida decisión de hacer volver a los estudiantes al campus, en contra del consejo de la comunidad científica. El resultado es quizás predecible para muchos, ya que las fiestas han seguido siendo una parte esencial de la vida estudiantil, pasando de las discotecas a las aulas repletas de estudiantes. A pesar de los continuos intentos de las universidades y los ayuntamientos para poner fin a estas reuniones, muchos jóvenes han rechazado las directrices del COVID, exigiendo la experiencia universitaria que se les prometió antes de llegar. Sin embargo, ¿cuáles son los motivos de esta situación y cómo los gobiernos pueden abordar el problema sin enemistarse y antagonizar a la juventud?

Una crisis joven con una respuesta anticuada

Al observar cómo los jóvenes han reaccionado a la normativa COVID, ya sea mediante protestas, fiestas ilegales o el aumento de los índices de ansiedad, queda claro que existe un profundo descontento con la forma en que los gobiernos nacionales han manejado la situación. Las razones son múltiples y de naturaleza variada. Dado que el virus es más peligroso para las personas mayores, los jóvenes han empezado a cuestionar por qué se les debe obligar a confinarse por algo que apenas les afecta, sabiendo que a la larga serán ellos los que tendrán que afrontar las consecuencias económicas de los constantes confinamientos. Desde el punto de vista social, los jóvenes se han enfrentado a meses de confinamiento, lo que ha causado que muchos de ellos pierdan año de su vida universitaria, después de haber sido convencidos por las universidades para volver al campus con la falsa promesa de una enseñanza presencial, una decisión tomada únicamente por incentivos financieros debido a la naturaleza lucrativa de la enseñanza superior británica, que depende en gran medida de los estudiantes para sus ingresos. Las consecuencias de este prolongado confinamiento pueden verse con mayor claridad en el creciente deterioro de la salud mental de los jóvenes, que tanto los gobiernos como las universidades han fracasado a la hora de gestionarlo. Desde el punto de vista económico, no hace falta decir que los jóvenes se llevan la peor parte de la mayoría de las crisis y la pandemia actual no es una excepción. Si el desempleo juvenil ya era alto antes de la pandemia, muchos no se han beneficiado de los sucesivos planes de subsidio introducidos por el gobierno, mientras que otros han sido despedidos o no han podido encontrar el trabajo que tanto necesitaban debido a las medidas del confinamiento, poniendo a los estudiantes de bajos ingresos en mayor riesgo de dificultades económicas y esto hace que no puedan financiar sus estudios de forma adecuada. Además, el pronóstico de la crisis económica que se producirá una vez finalizada la pandemia también afectará de forma desproporcionada a los jóvenes recién graduados que están dando sus primeros pasos en un mercado laboral golpeado por más de un año de restricciones. Por último, y quizás lo más relevante, es la dimensión política de todo este descontento. Desde el inicio de la pandemia, el principal objetivo ha sido, lógicamente, proteger a los más vulnerables al virus, es decir, los ancianos. Los políticos se apresuraron a la hora de introducir medidas para detener la propagación del virus, muchas de las cuales han sido o serán a expensas de los jóvenes, tanto en sentido figurado como muy pronto en sentido literal. No resulta extraño que muchos hayan decidido ignorar las restricciones, sobre todo en lo que respecta a la socialización. En Reino Unido, el gobierno conservador siempre ha estado en desacuerdo con la juventud, especialmente tras el voto del Brexit de 2016. El enfoque de última hora del gobierno en su respuesta a la pandemia, junto con la desastrosa decisión de meter a los estudiantes en las universidades y las decisiones hostiles a la juventud tras el Brexit, como el abandono del programa Erasmus+, solo han contribuido a ampliar el distanciamiento entre los jóvenes y la clase dominante. A pesar de ello, ningún partido político ha dado la cara por los jóvenes, lo que hace que muchos sientan que su voz es ignorada.

¿Irse o no de fiesta?

Ahora que hemos puesto las cosas en contexto, ¡es hora de festejar! O tal vez no, ya que eso seguramente no ayudará con la pandemia en curso. Aun así, eso no impidió que miles de estudiantes de todo Reino Unido acudieran a fiestas ilegales desde el inicio del curso académico. A pesar de las advertencias de los especialistas, el gobierno decidió dar luz verde a las universidades para que los estudiantes volvieran al campus y los resultados eran previsibles. Mientras miles de personas acudían a las ciudades universitarias, los campus se convirtieron en semanas en epicentros de COVID, con el campus de Fallowfield de la Universidad de Manchester, la universidad más grande de Reino Unido, en primer lugar. La fiesta siempre ha sido un pilar fundamental de la vida universitaria y muchas ciudades se han enorgullecido de su variada y excitante vida nocturna. Muchos estudiantes incluso eligen su universidad en función de la calidad de la escena musical y de las discotecas locales, y el tan esperado inicio del curso académico, conocido como “semana de los novatos”, está lleno de este tipo de eventos, con locales que a menudo superan su capacidad. Suele ser la primera oportunidad que tienen los estudiantes de primer año para conocer la vida estudiantil y hacer nuevos amigos, considerándose en cierto modo un ritual de paso para los recién llegados. Este año las cosas fueron diferentes. El comienzo de la semana de los novatos no supuso la reapertura de las discotecas, ni los eventos en el interior del edificio estuvieron libres de restricciones. Tras el aumento de los casos de COVID entre la población estudiantil, las universidades empezaron a poner en cuarentena residencias enteras y los estudiantes recibieron nuevas restricciones. La enseñanza presencial prometida nunca llegó a producirse y pronto todo el país volvió a estar confinado, por lo que muchos estudiantes decidieron abandonar el campus y volver a casa, especialmente los estudiantes internacionales cuyos países fueron excluidos del corredor de viaje y pasaron hasta un mes confinados. Sin embargo, los que se quedaron no iban a rendirse tan fácilmente. Muchos estudiantes ya habían tenido COVID, debido a las reducidas condiciones de vida de sus residencias universitarias y muchos más estaban resentidos porque el gobierno los estaba utilizando como chivo expiatorio, después de haberles dicho que se trasladaran allí en primer lugar. Entonces, las fiestas continuaron mientras la confianza en el gobierno y en el enfoque de las universidades ante la pandemia se derrumbaba por completo, dejando a los estudiantes solos, buscando cualquier experiencia similar a la universitaria. La respuesta de las autoridades universitarias no calmó la situación ni de lejos, ya que la policía comenzó a patrullar los campus y reprimir cualquier reunión ilegal, con lo que el alumnado se enemistó aún más. Muchos estudiantes se enfrentaron a multas por infringir las normas del COVID y algunos decidieron no volver tras irse de vacaciones, especialmente los estudiantes internacionales. Aunque muchos políticos expresaron sus condolencias por los jóvenes, ningún partido les ha defendido. En consecuencia, han tenido que tomar las riendas de la situación. Aunque la mayoría de la gente va a las fiestas en busca de una noche poco memorable de diversión con los amigos, muchos también van para socializar y conocer gente nueva. El COVID y el vodka derramado no fueron lo único que se difundió en estas reuniones, también se compartieron muchas ideas y se establecieron conexiones entre personas de ideas afines. Continuaron las protestas, se convocaron huelgas de alquiler, se ocuparon edificios, se iniciaron campañas y se llevaron a cabo referendos contra la administración universitaria. Todo ello unido a la creciente desconfianza en la policía, a la que se acusó de abusar de su poder y de ignorar las preocupaciones de los estudiantes. El modo en que se gestionó la pandemia puede haber hecho que ir a la universidad, una experiencia ya de por sí desalentadora en el mejor de los casos, sea aún más incierta y desafiante de lo habitual, pero también tuvo un efecto secundario no deseado de hacer que los jóvenes se comprometan más políticamente y desconfíen de las autoridades.

Un reto para una generación

Los últimos años en Reino Unido han sido, como mínimo, interesantes. Tras la controvertida votación del Brexit, la postura abrumadoramente pro-europea de los jóvenes fue ignorada a favor de una búsqueda cada vez más ideológica del aislamiento. Ahora, cuando el país ve poco a poco la luz al final del túnel tras la rápida distribución de las vacunas y la relajación de las restricciones de confinamiento, es el momento de preguntarse cuál será el impacto duradero de esta pandemia, especialmente cuando se trata de la juventud. La desastrosa gestión de las fases iniciales de la pandemia en los campus universitarios, posiblemente resultado del modelo de educación superior con fines de lucro encabezado por el Partido Conservador en el poder, no ha hecho más que disminuir la confianza de los jóvenes en el gobierno y en las propias universidades. Aunque los países se recuperen y la sociedad siga adelante, las consecuencias de estas decisiones marcarán toda una generación.

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