Si queremos aprender historia europea, nuestra propia familia puede ser un buen principio

, de Lorène Weber

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Si queremos aprender historia europea, nuestra propia familia puede ser un buen principio
A la memoria de Jean Holweck y Louise Faber (a la izquierda, el día de su matrimonio, en Nancy, el 22 de noviembre de 1919) y de Aimé Martina y Marie-Antoinette Panzani (a la derecha, el día de su matrimonio, en Aubagne, el 6 de julio de 1956).

Cuando mi redactor jefe tuvo la idea de escribir sobre la historia de Europa a través de las historias de nuestras propias familias, la idea no podría más que atraerme en vista de lo que había aprendido de la mía hacía muchos años. Cuando hice más preguntas a mis padres y abuela, lo que me dijeron me confirmó que, si uno quiere aprender historia europea, su propia familia puede ser un buen principio, y una buena lección. Este artículo ofrece una mirada a lo que le sucedió a dos familias en la Provenza y en Alsacia-Mosela en Francia, durante el siglo veinte.

De la Provenza a Alsacia, familias marcadas por guerras

Por parte de mi madre, mi bisabuelo (el abuelo de mi madre), originario de Sartène (Córcega del Sur), murió durante la Segunda Guerra Mundial. Su mujer Julie se fue de Córcega con sus cinco hijos (incluida mi abuela) para mudarse a La Ciotat, en la Provenza francesa. Trabajó allí como enfermera en un hospital, donde cuidó de Pierre Gay, un soldado francés herido. Se casaron después la guerra, y Pierre adoptó y crió a los cincos hijos como suyos. Veinte años después, uno de estos cinco hijos, Ange Panzani, luchó en una otra guerra: después que una mujer rompiera su corazón, decidió enrolarse en Indochina. Volvió vivo, pero herido y traumatizado.

Mientras tanto, en el otro lado de Francia, la región de Alsacia-Mosela había sido anexada por los alemanes en 1871. Cuando la Primera Guerra Mundial empezó, hombres de Alsacia-Mosela fueron enrolados en el ejército alemán. Se les llamaba los “Malgré-nous” (literalmente, “a nuestro pesar” o “contra nuestra voluntad”). Sin embargo, algunos lograron desertar del ejército alemán y se unieron al francés. Pero, como eran considerados como alemanes por la administración francesa, solo podían servir a Francia dentro de la Legión Extranjera Francesa. Fue el caso de Jean Holweck, mi bisabuelo (el abuelo de mi padre). En el frente, conoció a una enfermera, Louise Faber. Se casaron después la guerra, y tuvieron cinco hijos, incluida mi abuela (la madre de mi padre).

Durante la Segunda Guerra Mundial, Alsacia-Mosela fue anexada de nuevo, esta vez por los Nazis, y los hombres de la región fueron forzados a enrolarse en la Wehrmacht, creando una nueva generación de “Malgré-nous”. Pero, como la última vez, algunos se negaron a servir bajo la bandera nazi y lograron desertar. A partir de 1943, cuando los Nazis empezaron a perder la guerra, se organizaron redadas de adolescentes en Alsacia-Mosela para enrolar más soldados. Roland Weber (mi abuelo, el padre de mi padre), de 17 años, podría ser reclutado como tal por los Nazis, y sus padres buscaron una solución para salvarle. Trabajaron como cocineros en una mina y alojaron a dos mineros belgas en su casa. Después de que estos mineros se enteraran de la situación de Roland, uno de los mineros le dio su pasaporte a mis bisabuelos, que lo falsificaron, y su hijo pudo escaparse a Bélgica, donde vivió en bosques y granjas mientras trabajaba como agricultor. Cuando la guerra terminó, volvió a Mosela, donde conoció a Anne-Marie Holweck, la hija de Jean y Louise. Se casaron y tuvieron dos hijos, entre ellos mi padre.

Cuando las guerras terminan, hay espacio y libertad para el encuentro y los intercambios

Libre de guerras, el resto de la historia trata sobre encuentros e intercambios. En los años cincuenta, en Provenza, Antoinette Panzani, hija de Julie e hija adoptiva de Pierre, conoció Aimé Martina, hijo de inmigrantes italianos. Pierre se opuso a que su hija adoptiva se casara con un “italiano” (lo que es bastante irónico, considerando que, por su cuenta, se casó con una mujer corsa que se llamaba “Panzani”). La región de Provenza había conocido una ola de inmigración italiana desde los años veinte, y algunos habitantes de aquí llamaban a los italianos que se mudaron a la región con el despectivo apodo“babi”, que significa “sapo” en provenzal. Pero aún así Marie-Antoinette se casó con Aimé, rechazando al mismo tiempo de mudarse a Dinamarca con la familia para la que trabajaba como criada. Tuvieron cuatro hijos, entre ellos mi madre.

He mencionado el provenzal, por lo que abriré un paréntesis sobre el estado de las lenguas regionales en Francia. El dialecto provenzal es una variante del occitano que se habla en la Provenza, en el sur de Francia. Solamente una minoría de personas lo habla con fluidez (como, desgraciadamente, es el caso de la mayoría de lenguas regionales de Francia), pero algunas palabras fueron incorporadas en el lenguaje diario en la región. Lo mismo ocurre con el alsaciano. Como vivían en la ciudad de Nancy (en Meurthe y Mosela) en los años cuarenta, los padres de mi abuela la enviaron con su hermana a la campiña alsaciana, para que estuvieran a salvo de los tiroteos que se podían producir en la ciudad. Cuando volvieron, hablaban mejor alsaciano que francés. Por cierto, en Francia se puede uno burlar de ti por tus orígenes incluso aunque no vengas de otro país. El acento alsaciano de mi padre era “discrepante” cuando estudió en Paris, como el acento provenzal de mi madre cuando se mudó a Burdeos.

Más tarde, una de las hijas de Aimé y Marie-Antoinette (mi tía, la hermana de mi madre) conoció a un hombre originario de Auvernia, y que llegó a Provenza para trabajar en los astilleros después haber trabajado como ostricultor en la Isla de Ré. Debido a la falta de trabajo en Provenza, se mudaron después a Burdeos, donde mi madre se les unió. Entretanto, mi padre, el hijo de Roland y Anne-Marie, después sus estudios en Nancy, Paris y Evanston (Illinois, Estados Unidos) llegó a Burdeos para trabajar como ingeniero. Es donde mi padre, nieto de Jean Holweck, y mi madre, bisnieta de Julie Panzani, se conocieron. Mi hermano y yo somos, de momento, la última generación de la historia, libres de guerras pero ciertamente no de movilidad.

Llamadme cursi o anticuada si queréis, pero si, “Europa es la paz”

Todos podemos suponer que la mayoría de nuestros abuelos conocieron la guerra, en el frente o como civiles. Pero cuando aprendemos historias y nombres precisos, los de nuestros ancestros, la historia adquiere otra dimensión. “Soldados de la Primera Guerra Mundial”, “viuda de guerra” o “Malgré-nous” se convierten en “mis bisabuelos” o “mis abuelos”. Para otra gente pueden ser “Tiradores senegaleses”, “miembros de la resistencia”, “deportados judíos” o “colaboracionistas”. Gente en ambos lados de mi familia conoció las guerras, las vivieron directamente y personalmente, de diferentes maneras. Esto evidentemente me recordó a mis lecciones de historia, me dio material para la reflexión y algo de humildad.

Entonces, quería dedicar la “moral” de estas historias a estos nacionalistas euroescépticos quienes proclaman con vehemencia que una Europa unida (llámeselo las antiguas Comunidades Europeas, la actual Unión Europea o el “viejo sueño” de una Europa federal) no tiene nada que ver con la paz en el continente. Leed libros de historia, mirad vuestra propia historia, cumplid con vuestro deber con la memoria, y mostrad respeto a las personas que sufrieron por culpa de las guerras entre los países europeos, antes de construir juntos un modelo político que, aunque sea mejorable, permitió evitar la repetición de guerras en el continente. He escrito esta historia cronológicamente, y el corte entre las dos partes, entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y lo que ocurrió después en la historia de mi familia, corresponde con el principio de la construcción europea. Desde este momento, mi familia, como muchas otras familias europeas, ya no sufrieron de guerras en el continente.

La dedico también a los (numerosos) eurófilos que he entiendo decir “Ya basta, dejemos eso de ‘Europa es la paz’, es tan cursi, Europa tiene otros retos hoy, hablemos de otras cosas”. Si, Europa necesita atajar otros problemas, responder a nuevos desafíos y desarrollar nuevas narrativas. Pero su fundamental, original, e histórica narrativa y razón de ser es la paz. No entiendo por qué alumbrar nuevas narrativas y responder a los desafíos actuales debería impedirnos recordar también la historia. Llamadme cursi o anticuada si queréis. ¿Pero seriáis tan soberbios frente a vuestros propios abuelos?

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