Al reconocerse la ciudadanía en el Tratado de Maastricht, parece ser que se rompe con un vínculo de exclusividad de la relación jurídico-política entre el Estado y el individuo particular. De manera que los nacionales de los estados miembros mantienen una especie de simultaneidad y complementariedad, basada en el doble vínculo político, la obligación con su propio Estado y la obligación con Europa, un vínculo que comparte con el resto de los ciudadanos de los estados miembros. La construcción de la ciudadanía Europea no puede quedarse simplemente en el reconocimiento legal de los derechos civiles, políticos y sociales por parte de la Unión Europea. El que un cuerpo de derechos esté jurídicamente recogido, si bien es esencial para la articulación, no genera una ciudadanía europea activa. Simplemente da origen a una ciudadanía formal, es decir, a una ciudadanía pasiva, reducida a la pertenencia a una entidad supranacional que reconoce sin más, una serie de derechos pero que no articula necesariamente el mecanismo para el ejercicio de esos derechos.
Se debe por lo tanto promover la construcción de una ciudadanía sustantiva, un cuerpo de ciudadanos que se interesen por la participación en la toma de decisiones. Se debe buscar y encontrar cuanto antes el modo de que la ciudadanía europea se active como sociedad civil conocedora de sus derechos y defensora a ultranza de ellos. Además de la falta de la opinión pública europea, de asociaciones que traspasen las fronteras de los estados, lo más destacable para los politólogos es como los partidos que se hace llamar europeos, en opinión de mucho no lo son. Veamos porqué, el Partido Popular Europeo o el Partido Socialista Europeo, comparten el nombre de los partidos (en muchos casos, poro no en todos) con los partidos nacionales por cuestiones relativas a la creación de los mismos, mucho antes de que se pensara en una Europa Unida. Con esto quiero decir, que estos partidos son el resultado de alianzas entre partidos de corrientes ideológicas similares de cada Estado, las partes han sumado el todo.
El objetivo de la democracia es la participación ciudadana, y en Europa todavía no se ha logrado concienciar a los ciudadanos de que tienen en su mano gran parte de la legitimidad del proyecto, un proyecto que se puede perder si no se consigue desarrollar plenamente una cultura de política participativa.
La única forma posible de que los individuos comiencen a participar en el proyecto europeo es que se sientan parte de él. Así es como pueden empezar a pensar en dedicar tiempo a Europa. Este es un aspecto racional según el cual, una sociedad debe ser justa para que sus miembros perciban su legitimidad, y su aspecto de sentimiento en tanto que la ciudadanía refuerza los lazos de pertenencia y de identidad.
Para el acercamiento entre Europa y sus ciudadanos, basta pensar en el principio de subsidiariedad. Esto quiere decir, la implicación de las ciudades en el proceso de la configuración de la ciudadanía europea. Esto es debido primero a una razón histórica y que da sentido al término. La segunda es una razón social, ya que se requieren unas instituciones que materialicen los derechos y consecuentemente los hagan realidad en la proximidad, es decir, a través de las ciudades y de las regiones. Y por último existe una razón política, ya que las autoridades locales están doblemente legitimadas: representatividad política y proximidad. Son mucho más capaces que cualquier otra de contemplar el día a día de los ciudadanos, y así argumentar el itinerario de derecho y deberes que podrían formar parte de la ciudadanía europea.
El carácter contingente de la ciudad no solo se debe a sus méritos propios, sino que como se reitera en la Ciencia Política y en las Relaciones Internacionales el Estado se ha vuelto demasiado pequeño debido a la globalización, y demasiado grande y fragmentado con el desarrollo de sentimientos de identidad local.
De todas formas, cuando se realizan los Eurobarómetros con la pregunta de si es beneficioso para tu país que forméis parte de la Unión, la mayoría de los encuestados responden positivamente. Sobre todo es digno de resaltar, la falta de un proyecto político-ideológico movilizador y legitimador y unos referentes institucionales y jurídicos, que proporcionen el ámbito de desarrollo de la ciudadanía europea. Incluso cabe destacar, que dentro de los denominados Europeístas, cada uno tira para un lado, que si Estado Democrático Liberal y que si un Estado de Bienestar, la disputa sobre qué camino tomar deja sin dibujar las líneas del camino para la construcción de la federación, sin asistir al principio de ciudadanía.
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